Conocí tarde a Kylie Minogue. Probablemente ya había escuchado varias veces su versión de The Locomotion, pero no fue hasta el 2001 en que me di cuenta de lo increíble que ella era.
Ese año descubrí Fever, el que hasta el día de hoy considero el mejor disco de esa década.
Pero igual, hubo un precedente antes de enamorarme de la música de
Kylie, porque meses antes de que se lanzara ese disco me mandé a hacer unos pantalones de cuero inspiradísima en la tenida que ella usaba en el video de Kids, con Robbie Williams. Me acuerdo y me da mucha risa, pero nadie puede decir que el referente no era fabuloso.
Se hizo conocida en su Australia natal como actriz de teleseries desde muy joven, pero su fama mundial llegó cuando a mediados de los ’80s se puso a cantar.
Con su metro 52 de estatura, impactó con una voz inesperada al mismo
tiempo en que Madonna se tomaba el planeta, por lo que en su momento se
le comparó, se le veía como la versión “buena”, bonita e inocente. Pero
Kylie Minogue era mucho más que eso, de hecho, la misma Madonna le hizo
un homenaje usando una polera con su nombre en los premios MTV Europa
del año 2000. Una movida inteligente, entendiendo lo que la australiana significa en ese continente.
En Gran Bretaña fue una verdadera explosión -inolvidables sus presentaciones en los Brit Awards, ya sea haciendo covers
de Blondie con Justin Timberlake o como una princesa robótica saliendo
de un reproductor de CD- y es una celebridad enorme hasta hoy, llegando a
ser headliner en el festival Glastonbury. En América nunca pegó demasiado, pero sus fans chilenos somos fieles. No me olvido de su concierto que, más allá de lo bueno que haya sido como espectáculo, hizo que me sumergiera más en su música.
Fue impresionante: puro glamour, brillo, plumas y coreografías con unos bailarines que la tenían de reina. Pop bueno de verdad, pop que no tiene ni un pudor pero que no cae en clichés, a
pesar de usar conceptos que se podrían considerar manoseados. Shows en
los que pasa de ser una verdadera Rita Hayworth a una mujer futurista;
una marinera fantástica del Crucero del Amor envuelta en lentejuelas a una vaquera que hace line dance
o una bailarina en Copacabana, siempre empoderada, sexy e inalcanzable.
Imposible no soñar ser como ella, porque Kylie Minogue es mucho más que
una cantante, es un ícono absoluto. (fuente la tercera.com)
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